SIN ESPERANZA, NI MIEDO
Pinto porque creo en la pintura por su capacidad para expresar la verdad.
Y porque el acto de fe que es creer está determinado por el objeto en el que se cree, implica, en la forma en el que la verdad se expresa, los dos factores que determinan el axioma: el objeto en el que se cree y a la persona que realiza el acto de creer.
Por lo que atañe al primer factor, en este caso la propia pintura, se trata de algo tan esencial que califica a las cualidades y a la intensidad del pintor.
Por lo que se refiere al segundo, el pintor, solo es posible concebirlo a partir de la gracia que le permite entrar en humilde conexión con el primer factor, la pintura. Por ello es importante que el pintor sea lo suficientemente humilde como para entender este acontecimiento como condición previa. Es en este momento cuando interviene la relación entre la fe y la pintura, para indicar que pintar es un método de conocimiento. De ahí la verdad y la riqueza de la expresión pictórica dependiendo de las diversas formas mediante las cuales cada una de ellas se encuentra con la pintura.
Este es el motivo por el que pintar supone la realización de un acto plenamente libre, aunque inserto en el interior de la acción de conocer. Porque la libertad de este acto sólo es posible si responde a una exigencia: que corresponda a la verdad para de este modo abrirse al sentido último.
Respecto a la verdad, el pintor la percibe materializada en la realidad, pues ella misma es su garantía, y de hecho, no necesita de nadie que dé testimonio en su favor, pero a través de ella la asume como lugar donde expresarse y permite a cada uno poder conocerla según la particularidad, ya que el conocimiento que se tiene de ella solo se dará en el futuro.
Por ello, la forma de conocimiento más avanzada proviene del misterio como medio que es capaz de comprenderla y expresarla, y es a través de él como percibirá su sentido interpretativo. Ese misterio es el ejercicio de unas prácticas e ideas que son el punto de inserción de lo infinito en el espacio y de lo eterno en el tiempo.
Las dimensiones cosmológicas de esta exigencia son la que le permitirán al pintor percibir su acto como plenamente libre, pues en efecto sabe que la libertad es un acto que se hace cada vez más libre en la medida en que se abre a un espacio de libertad cada vez mayor que la suya propia.
El fiarse de la realidad, le permitirá descubrir que su obra sólo puede realizarse corriendo el riesgo de abandonarse al futuro, que no conoce plenamente y que jamás podrá conocer de modo definitivo. Pues es la fe en la pintura precisamente la que le garantiza esta condición: su libertad de entregarse al misterio como espacio de expresión cada vez mayor, pero siempre y sólo en un acto de abandono en el que se compromete personalmente sin posibilidad alguna de delegar en otro.
Finálmente, el acto de pintar posee una ulterior cualidad: la universalidad. El pintor, en el momento en el que realiza el acto que líbremente le permite acoger dentro de sí el misterio de pintar, producirá una obra más universal, por lo que la fe en la pintura no es propiedad del pintor, sino una herramienta para transmitir la verdad. De ahí la necesidad de exposición, so pena de que quede incompleto el mismo acto de pintar.
Eduardo Alvarado a partir de un texto de R. F.
Fotos: Carmelo Argaiz